“Estrella mía más que las de la noche”, el libro empieza con una invocación a la pureza, a sabiendas de que esa llama, la de la pureza, está apagada. Pidiéndole sin embargo que, aunque sea a través de su “alegre muerte”, pueda de algún modo dar luz. Algo tiene aún para dar, entonces, ya no la pureza sino su necesidad, en el desencantado mundo en que se mueven estos poemas, en grandes líneas el nuestro. Llámese “pureza” o “plenitud” o como se llame, algo hay que convoca, insistente, a una vida que traiga algo más complejo y habitable que un videoclip. Es el amor, la mayoría de las veces, lo que anima la escena, tanto cuando la experiencia amorosa acontece y enciende y resignifica todo, siempre sin embargo en riesgo de deshacerse, como cuando se la vislumbra como anhelo o nunca llegó a darse o se perdió.
Del prólogo de Daniel Freidemberg