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Si quisiéramos referirnos a Zorro Cazador de Pumas, podríamos, tal vez, decir que es la crónica poética de una negada tragedia nacional –no la de hoy: la de siempre, la que nos acompaña desde el principio, la que abrió aquella herida que nunca se cerró-, o decir que habla del choque de culturas y formas de vida que no llegarían a entenderse entre sí, épica de una derrota inevitable, historia de la gestación del primer genocidio perpetrado por el estado argentino. Pero tales definiciones sólo abarcarían el gran trazado, el decir que une los nudos de la trama y nos cuenta la historia. Lo otro es la pura materia de la poesía, la que diseña el tapiz de lo que permanece, de lo que no se perderá, porque se urde hacia lo hondo.
Del prólogo de Alejandro Méndez Casariego
