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Todo sonido aspira a una forma. La palabra, que es sonido y sentido, es ya una forma. ¿Pero qué dice la música a las palabras? El jazz, el blues, nacidos como música de marginales, le hablan a la poesía, forma marginal de la escritura. La poesía también busca una música, frasea. Y nace del encuentro de palabra y silencio. La poesía es condensación y, por eso, expresión del silencio. Silencio vivo, silencio que respira. “Respiro como un himno”, dice Daniel Mecca. En sus poemas el aire es una presencia vívida. Aire de niebla: pesado, húmedo, copioso en su condensación. Aire en su voz: poblado de silencio. Poemas donde abunda el grito, y se calla. En esa soledad canta una patria. Mínimas historias de amor, de desamor, de lucha. Martirio y alborozo. Algarabía y desgarro. Habla el silencio por sus poros. Música de la piel, del humo, de la lluvia. Historias de crueldad, violencia, desamparo. Pero también de resistencia, revuelta, rebelión. Daniel Mecca pinta un pentagrama donde suenan la vida y sus dobleces: anverso y reverso de lo humano. Del prólogo de Eduardo Mileo.